El TLC con los Estados Unidos se ha convertido en el epicentro de una guerra de posiciones, entre un pequeño bando que sabe lo que quiere conseguir y el otro bando de los 26 millones de peruanos que se oponen sólo intuitivamente, ya que desconocen las tenebrosas intenciones del supuesto acuerdo comercial. Alan García parece aprisionado entre la necesidad de reprimir las demostraciones populares en su contra y la urgencia de presentar un país de cara bonita ante la próxima visita de un agudo congresista norteamericano del partido Demócrata, que vendría sin apuro alguno en el próximo mes de Agosto, a ver la situación política interna de apoyo al acariciado TLC, que ha de permitir a los Estados Unidos engullirse al Perú “con zapatos y todo”, ante la insistencia de quienes desean ser engullidos.
El apuro que el TLC sea aceptado lo antes posible no proviene de los Estados Unidos, que tiene otras prioridades, sino de nuestros grandes exportadores, los aspirantes a grandes, y sus dependientes: un 5% de la población. Para nuestros neoliberales, el TLC es una garantía de bienestar duradero, porque será muy rentable la exportación de recursos naturales primarios y maquila de productos de baja tecnología. Y para el gobierno, muy conveniente la disminución del apremio social que hará más “gobernable” la “democracia”, al acentuarse la emigración masiva de mano de obra barata, sobreabundante ahora; mientras se “fortalece” el mercado interno “globalizado” de “pymes”, que si no son exportadoras tendrán que subsistir comprando y vendiendo la mercadería basura que el Tratado nos obligará a recibir.
Si el repudio al sistema neoliberal lograra corporizarse pronto y ejercer presión efectiva, los grandes exportadores correrían el riesgo que su creciente bonanza revierta, arrastrando la caída del régimen pro liberal del APRA. Su correlato sería la insurgencia popular, el fin de la constitución fujimorista de 1993 y con ella el regreso a la del 1979 en lo inmediato y la posterior Asamblea Constituyente que modifique el espléndido escenario de negocios fáciles para unos pocos. Alan trataría de neutralizar este riesgo improvisando medidas populistas, exuberante demagogia y medidas represivas muy drásticas con su correspondiente “cacería de brujas” en gran escala, destinadas a desalentar la resistencia.
Las penurias del ciudadano de a pie, la falta de trabajo, la pérdida de la identidad y autoestima nacionales, la falta de respeto por la cultura andina, la depredación de las tierras amazónicas, etc., no interesan. El concepto de soberanía alimentaria deviene sin sentido. El amor a la patria “globalizada” consistirá de ahora en adelante en promocionar lo único que no se puede exportar: el paisaje y los monumentos históricos. Exhibir un país folklórico, aunque habitado de gente pobrísima, debe dar dividendos si el turismo es la única industria que nos deja el infame TLC.
Este es el escenario de la lucha, por el momento sólo una guerra de posiciones. Cuando las papas quemen un poco más, el Presidente García tendría que formar un gabinete “cívico-militar” para involucrar directamente a las Fuerzas Armadas en defensa del “estado de derecho”, y tal vez suspender las garantías constitucionales en todo el país.
Lo que Alan García parece ignorar es que luego de puestos en marcha el TLC con Estados Unidos y también el TLC con Chile, la derecha peruana ya no lo necesitará, así que sus días en el gobierno podrían estar contados, previsible orfandad en que terminaría la errada opción de traicionar sus ofrecimientos electorales.
El apuro que el TLC sea aceptado lo antes posible no proviene de los Estados Unidos, que tiene otras prioridades, sino de nuestros grandes exportadores, los aspirantes a grandes, y sus dependientes: un 5% de la población. Para nuestros neoliberales, el TLC es una garantía de bienestar duradero, porque será muy rentable la exportación de recursos naturales primarios y maquila de productos de baja tecnología. Y para el gobierno, muy conveniente la disminución del apremio social que hará más “gobernable” la “democracia”, al acentuarse la emigración masiva de mano de obra barata, sobreabundante ahora; mientras se “fortalece” el mercado interno “globalizado” de “pymes”, que si no son exportadoras tendrán que subsistir comprando y vendiendo la mercadería basura que el Tratado nos obligará a recibir.
Si el repudio al sistema neoliberal lograra corporizarse pronto y ejercer presión efectiva, los grandes exportadores correrían el riesgo que su creciente bonanza revierta, arrastrando la caída del régimen pro liberal del APRA. Su correlato sería la insurgencia popular, el fin de la constitución fujimorista de 1993 y con ella el regreso a la del 1979 en lo inmediato y la posterior Asamblea Constituyente que modifique el espléndido escenario de negocios fáciles para unos pocos. Alan trataría de neutralizar este riesgo improvisando medidas populistas, exuberante demagogia y medidas represivas muy drásticas con su correspondiente “cacería de brujas” en gran escala, destinadas a desalentar la resistencia.
Las penurias del ciudadano de a pie, la falta de trabajo, la pérdida de la identidad y autoestima nacionales, la falta de respeto por la cultura andina, la depredación de las tierras amazónicas, etc., no interesan. El concepto de soberanía alimentaria deviene sin sentido. El amor a la patria “globalizada” consistirá de ahora en adelante en promocionar lo único que no se puede exportar: el paisaje y los monumentos históricos. Exhibir un país folklórico, aunque habitado de gente pobrísima, debe dar dividendos si el turismo es la única industria que nos deja el infame TLC.
Este es el escenario de la lucha, por el momento sólo una guerra de posiciones. Cuando las papas quemen un poco más, el Presidente García tendría que formar un gabinete “cívico-militar” para involucrar directamente a las Fuerzas Armadas en defensa del “estado de derecho”, y tal vez suspender las garantías constitucionales en todo el país.
Lo que Alan García parece ignorar es que luego de puestos en marcha el TLC con Estados Unidos y también el TLC con Chile, la derecha peruana ya no lo necesitará, así que sus días en el gobierno podrían estar contados, previsible orfandad en que terminaría la errada opción de traicionar sus ofrecimientos electorales.
Victor Mejía Franco