viernes, 20 de julio de 2007

Salvador Allende y Alan García

En Chile, el año 1973, el gobierno de la Unidad Popular, bajo la presidencia de Salvador Allende, ya registraba en su favor la prometida nacionalización de la minería, pero debido al boicot de la derecha y de poderosos enemigos como Richard Nixon y Henry Kissinger, enfrentaba graves dificultades para poder consolidarse.
Había colas para todo, pero la popularidad del presidente crecía entre los más pobres. Fallaban el transporte y los teléfonos, pero la Unidad Popular ganó la última elección en democracia, una que debió hacerse para reemplazar a un fallecido congresista de la derecha.

La economía sureña era saboteada, pero el gobierno mantenía su respaldo o lo acrecentaba. No menguó nunca en sus tres años.
Con los bolsillos vacios, la Unidad Popular apoyaba el arte y las manifestaciones artísticas recorrían Chile de punta a punta, en contagiante ebullición.

Salta a la luz la diferencia con lo que le ocurre al gobierno aprista del 2007, que tiene las alforjas repletas del dinero acumulado y no distribuído por Alejandro Toledo, pero cada día pierde prestigio y credibilidad. Donde la cultura se marchita, bajo los pies de una censora salida de las cavernas.

¿Por qué la diferente suerte de Salvador Allende y Alan García? ¿Dónde radica la diferencia? En los distintos valores de cada uno. En el abismo moral existente entre uno y otro gobernante. En el coraje de Salvador Allende para retar a las poderosas fuerzas enemigas de su país, frente a la complaciente actitud de García para entregarse a las exigencias antipopulares y antidemocráticas, contrarias a la mayoría de los peruanos.
Mientras en Chile de 1973, Salvador Allende luchó hasta morir para cumplir con sus promesas, en el Perú del 2007 Alan García ha tirado por la borda todos sus ofrecimientos de campaña, para gobernar con la tranquilidad momentánea que le ofrecen los todopoderosos de siempre.

Allí están, botadas en el camino, las promesas que el actual presidente gritó en calles y plazas, de no firmar sin antes revisar los aspectos negativos del tratado de libre comercio con Estados Unidos; de mejorar el canon y las regalías mineras para beneficio de las comunidades; de ir a un sistema de medicamentos accesibles; de orientar a los futuros jubilados hacia la libre desafiliación de las AFP; de liquidar la intermediación de los services. Y todo eso, antes de ponerse a bailar regaetón para embaucar a los más jóvenes.

Por eso la actitud heróica de Allende figura en los libros de historia que los niños leen en las escuelas chilenas desde que recuperaron la democracia, mientras que el segundo gobierno de García apenas será registrado como la segunda frustración peruana en el siglo XXI, una más desde nuestra inconclusa república.

Ismael León Arias