martes, 25 de marzo de 2008

Los 60 de JDC

Allí estaba su compañera Liliana Panizo recibiendo a los amigos a quienes invitó por correo. Con esa sonrisa transparente con que la recuerdo desde que trabajaba en el Congreso. El local del club Tacna estaba preparado para ofrecernos una noche de sencillo esparcimiento alrededor de Javier Diez Canseco y sus 60 años bien vividos, bien peleados.

No conozco de cerca al hombre de su casa, al esposo y padre. No soy su amigo personal. Tampoco estuve con él en ninguna de sus experiencias partidarias; como periodista siempre conservé mi independencia, para ver y registrar los hechos con cierta distancia, aunque nunca con frialdad. Siempre dije a mis alumnos que la objetividad es ilusoria, especialmente en países como el nuestro.

Cuando trabajé en la República desde su fundación, allá por el año 1981, con “El Viejo Mohme”, conocí a Javier. Eran los tiempos de la Izquierda Unida con Alfonso Barrantes en la alcaldía limeña. Cuando Diez Canseco, Dammert y “Cucho” Haya eran los “niños terribles” de la política peruana. Los tiempos en que cubrí el Congreso los tres eran fuente indiscutible de denuncias fundamentadas y esclarecedoras, contra ulloistas del segundo belaundismo, un palido anticipo de los desequilibrados que irrumpirían en nuestra política años después con el fujimorato.

Robos en la compra de los malogrados barcos Mantaro y Pachitea. Fraudes de la constructora venezolana Vollmer en ciertas construcciones estatales. Negociados en la reversión de tierras expropiadas por la reforma agraria. Pagos indebidos del Estado por deudas de bancos privados. Exoneración de impuestos a Delgado Parker para ingresar equipos dizque destinados a filmar el concurso Miss Universo, evento previamente calificado como cultural, con Mario Vargas Llosa en el jurado. En casi todas las denuncias estaba Diez Canseco. La derecha lo odiaba, la policía fotografiaba a todo el que se reunía con él o simplemente lo saludaba.

Quién lo diría. Aquellas trapacerías eran juegos de niños, ensayos generales de lo que sería el saqueo en grande que años después perpetrarían Fujimori y Montesinos con respaldo del Banco Mundial y del FMI. Yo seguí en La República hasta 1994 y recuerdo siempre a JDC en la primera fila del combate político contra esa mafia organizada. Cuando salí de ese diario y tuve otra perspectiva, me pareció que Javier se perdía en el Congreso. Pensé que a la postre esa prolongada permanencia en el “gallinero de la burguesía” sería perjudicial para su carrera. Nunca se lo dije porque no fui de su entorno cercano. ¿Y quién era yo para andar por allí dando consejos a un hombre que estaba en la primera línea?

Bueno, ahora no pretendo ser exhaustivo en el recuerdo. Sólo quiero decir que cuando recibí la invitación de su esposa para tomar parte en el agasajo por los 60 acepté de inmediato y con satisfacción. En la política peruana no se encuentra con frecuencia trayectorias como las del honorable Javier Diez Canseco. Y la celebración fue eso. Alegres reencuentros con amigos y amigas de siempre. Muchas canas, algunos vientres descarados. Conversando con un amigo nos preguntábamos cómo sería un gobierno con algunos de los que estaban allí. Especulábamos.
Concluimos que de todos modos sería mejor, aunque no sabíamos cuánto mejor. Por lo pronto los grandes delincuentes como Fujimori y Montesinos ya habrían sido sentenciados ejemplarmente, sin contemplaciones y menos con reconocimientos presidenciales. El país respiraría un ambiente saneado, imaginábamos. De seguro con las tensiones propias de la lucha para el cambio, pero no con la actual sensación del engaño como método y la estafa como fin supremo. Y allí estaba Javier cuando nos despedimos a las 11:00 de la noche.
Con esa sonrisa que lo asemeja a un conejo feliz. Que vengan muchos años más. Con celebración y con luchas, como debe ser, que esto recién empieza.
Ismael León Arias