lunes, 21 de mayo de 2007

Otorongos

Tal como lo decía en un artículo, el tema Canchaya es el principio de la caída libre al precipicio del congreso, aunque en la vestimenta de otorongo, siempre haya espacio para una raya mas, el escándalo de ribetes generalizados, en todas las bancadas, que se observan hoy en día, ameritan medidas drásticas.

El problema es como recuperar la credibilidad, o mejor dicho como engendrar una nueva reputación, ya que en realidad, creo, que nunca tuvieron credibilidad, pues la frivolidad estuvo muy bien encajonada, y está fue desnudándose poco a poco como una buena stripticera, a la cual los medios de comunicación, le brindan toda su atención.

Lo anteriormente dicho no es faltar el respeto a la institución congresal o a la investidura de los congresistas que integran esta única cámara, con poder ahora reducido, sino más bien, es un llamado de atención a los partidos políticos, que son a las finales, los únicos responsables que los nominaron para postular a estos cargos.

Por esta razón una de las propuestas es la revisión urgente de la ley de partidos políticos, la cual debe versar un capitulo especial en este tema, dando prioridad al escalafón de sus cuadros, capacitación permanente y acreditada, hojas de vida sustentables éticamente en el tiempo, procedencia de sus dineros, calidad de activismo político en sus jurisdicciones, debe revisar sus convicciones doctrinarias y zigzagueos políticos, eliminar el reeleccionismo inmediato, favorecer la renovación por tercios, o mitades del congreso, entre otras medidas sustantivas; que conlleven a elevar la calidad de congresistas.

La congresista Lourdes Alcorta dice que el desprestigio del congreso es el preámbulo del cierre del congreso. Esta aseveración no deja de tener cierto asidero; pero no por las razones que esta controvertida congresista esgrime al tratar de defender a su vapuleado partido, con múltiples “pecadillos”, sino, por que el congreso debe auto cerrarse, como acto contrito, de mea culpa; es decir debe hacer un alto en su labor legislativa, hasta ahora superficial e intrascendente, para replantear su reglamento, reglamento, que este acorde con el clamor de la opinión pública, que no ponga paños tibios, sea realmente sancionador, ejemplarizador, expeditivo y eficaz en sus decisiones; que no abdique de sus funciones legislativas y fiscalizadoras; debe revisar en conjunto el tema de asesores en forma urgente, imperando el aspecto técnico y no el amiguismo o partidarismo ignorante.

El congreso actual debe replantearse la posibilidad de restaurar la carta magna del 79, mejorando su espíritu ejecutivo, cerrando las brechas de contradicción existentes, que contemple los nuevos vientos de regionalismo y descentralización, que contemple el envión de un mundo globalizado, y que incluya los objetivos fundamentales a manera de una hoja de ruta para el desarrollo sustentable, es decir, asumir el encargo constituyente; no sin antes este poder ser fortalecido.

La presidenta del congreso actual, más que por decisión propia, sino por impotencia, no debe ni puede, tratar de apagar los incendios congresales para revalidar un prestigio congresal perdido ante la opinión pública; incendios que seguirán produciéndose, hasta probablemente hacerse incontenibles, lo que probablemente desembocará en una ingobernabilidad congresal.

A duras penas talvez podrá el congreso pasar el trance que ahora vive; pero es el espejo que siempre se ha rechazado en el interior del país y una de las causas del centralismo tan rechazado por estas, y por que no, uno de los causales de las huelgas y paros que han obligado al ejecutivo a un evidente golpe de timón.

En esta visión, es oportuno discutir la existencia de una cámara de senadores; de funcionamiento y elección inmediata; ya que de esta forma se fortalecerá el sistema democrático y aplacará los visos de ingobernabilidad, que se podrán extender, si no se ensayan ésta y otras medidas conexas.

Necesitamos un congreso a la medida de las expectativas del desarrollo del país; no podemos tolerar una rémora desprestigiada cinco años que dura su mandato; es una difícil decisión, pero impostergable.

Dr. Jorge Ramal N.